martes, 17 de noviembre de 2015

ANGÉLICA



Muchas noches pensé si eras trono, dominación, virtud, potestad, querubín o serafín. Llegabas en silencio, en el suspiro de un vuelo etéreo, confundido con las sombras y revestido de tu iconografía angelical. Puro tópico. Me susurrabas músicas celestiales y llenabas mis oídos de aquello que yo quería oír. Quizás así me conquistaste para tus cielos… Caía la noche y yo sabía que eras mi guardián, ángel de mis sueños, dulce compañía. Llegabas, callabas y mirabas. Y en un aleteo rápido, huías hasta los cielos de otras moradas… Hasta que te comprendí. Y te esperé. Y llegaste. Y te miré. Y me acaricié. Y me desnudé. Sin tapujos ni complejos. Mis braguitas descendieron lentamente de los cielos a la tierra. Desnuda frente a ti. Y me mostré. Y me dejé. Y me abrí. Y me llené. Y me callé. Y controlé. Y sucumbí. Y grité. Y me dejé. Y me corrí. Y ascendí. Y descendí… Un vuelo que me llevó a las más vertiginosas de las alturas… Ahora estoy en la más placentera de las estabilidades. Siento que lo he comprendido. Porque lo he vivido. Porque lo he sentido. Porque la humedad que se derrama de mi sexo así me lo recuerda… Esta noche no he notado que tuvieras alas.