viernes, 13 de febrero de 2015

POR LOS PIES



Frente al espejo me poseyó la eterna duda que ya tuvieron otros en la historia. Dónde estaría la obra de Arte… ¿A un lado o al otro? Quizás en la delgada línea que se separa nuestras fantasías de nuestras realidades. Juego borrominesco de sensuales curvas y contracurvas en esta cercana orilla, la carne hecha carne, la piel hecha piel, y prolongación enmarcada al otro lado, el que refleja benditas realidades que a veces parecen querer quedarse a este lado del espejo. Y yo en silencio. Y ella también. Y yo tan bobo. Y ella tan lista. Y yo con prisas. Y ella tan eterna. Y yo desnudo. Y ella vestida. Todavía. Sin prisas. De la cabeza a los pies…
-         ¿Qué piensas, tontorrón?
La interrogación debió azotar algún rincón de mi cerebro tanto o más que la línea serpentinata de su cadera, látigo que, en aquel momento, parecía fustigar cada poro de mi piel…
-         No me creerás. Pensaba… (Si es que se podía pensar en aquel momento). Pensaba por dónde debe empezar una mujer a desnudarse…
Creo que calló su respuesta, no habléis que mueren los críticos pero no el Arte, que quizás no exista, o no existió nunca, pero sí las artistas. Pero habló su cuerpo. Hablaron sus ojos extasiándose. Hablaron sus labios inflándose de rojo. Habló su lengua barnizando sus labios. Hablaron sus dedos borrando errores que ocultaban la belleza: adiós pañuelo, adiós botones de la blusa, adiós cremallera, adiós falda, adiós corchete, adiós blancos encajes que ocultaban el más oscuro y sutil encaje… Mirando al espejo he dudado en qué espacio se sitúa la rotundidad de su desnudez. Quizás soy el que está al otro lado de la obra. Quién sabe… Sólo sé que no he desaprovechado la ocasión de dejar escapar a esta Proserpina, de responder haciendo mías las interrogaciones de sus caderas, de penetrar en el oscuro secreto del encaje que enmarca su sexo, de beber el manantial de sus fuentes; adiós telas, adiós preparativos, adiós preámbulos, adiós miedo al cuadro en blanco, bienvenida sea la obra perfecta, esa que dicen no existe, bien que mienten, confieso que lo he vivido, confieso que la he gozado, confieso que la he sentido, confieso que la he penetrado…
Mirando al espejo vuelvo a pensar,  si es que eso es posible…
Ahora soy yo el que mantengo mi desnudez y ella la que parece querer responderme. No sé si nos retrata su mirada desde el otro lado del marco o es el reflejo imaginativo de mis deseos. Se han dibujado posturas y perspectivas, jadeos y silencios. Pero no me ha respondido. No hasta este momento. Su piel desnuda vuelve a dibujar un interrogante en curvas que se agachan sobre sí. Se ajusta los zapatos de tacón que en ningún momento se había quitado. Lo demás, evangelio de la pasión, vendrá por añadidura. En el aire ha dibujado la más clara de las respuestas: las mujeres se visten por los pies…