miércoles, 27 de agosto de 2014

MI INSTITUTRIZ por Humberto G.

Iba a casa a darme clases de apoyo pero, a veces, se quedaba para cuidarme ya que mis padres viajaban mucho y ella prestaba también ese servicio. La cosa es que a pesar de ser un adolescente mis padres no se habían fijado en que yo ya no necesitaba ningún cuidado. O más bien no se fiaban de mí. El caso es que la institutriz que me daba clase de buenas maneras, idiomas, literatura y lo que se terciara, pasó casi un año entero, con diversas interrupciones, conviviendo conmigo.
Eyaculé en su rostro porque ella me lo pidió y jugábamos a otras cosas que ella me proponía como un juego aunque yo ya no era un niño ni a eso se le pueden llamar juegos. Mandaba mucho la institutriz y me indicaba lo que debía hacer como un mandato, por eso lo llamo juego porque yo obedecía para complacerla.
-Colócate ahí…, no, boca arriba…
Y yo obedecía y ella se colocaba encima, “Abre la boca” y yo la abría, “ahora saca la lengua”, “¡Más!”, y así.
Otros días traía cuerdas y me decía que la atara a algún sitio aunque daba igual porque atada también me decía lo que debía hacer. En otra ocasión trajo un tarro de mermelada y así.
-Debes prometerme una cosa.
-Lo que quieras.
-Nunca le dirás a nadie lo que vas a ver a continuación.
-Lo juro.
Ahora el juramento no tiene sentido. La primera vez que me mostró sus intenciones, cuando estuvo segura de mí,  se me desnudó delante toda blanca como la leche, un voluminoso monte de Venus, frondosamente cubierto de un vello negro  y se masturbó sin ni siquiera sentarse. De pié.
Alguna vez, alguna mujer, en alguna circunstancia, me ha dicho que tengo costumbres raras. Siempre les digo que a mí me enseñaron así.

1 comentario:

Dyhego dijo...

Hay maestras que enseñan mucho y muy bien.