domingo, 1 de junio de 2014

INFINITUD por Humberto G.



 

Tenía un coño muy bonito. Sé que suena brusco pero era la verdad. Ella me miró con cara de desagrado cuando se lo dije “Eso es como mínimo poco romántico” no diría yo tanto, digamos que, como me ha pasado tantas veces por ser sincero he sido brusco u obsceno, nada más.
La cosa es que ella vino a casa con una ropa que se había comprado, un vestido azul marino y me dijo que se lo iba a probar. “Para que vas a ir a cambiarte al baño si lo puedes hacer aquí en el salón”, le dije. Mi audacia consistía en aquel tiempo en hacer proposiciones que creía que no iban a resultar y lo cierto es que no recuerdo que ninguna mujer respondiera a ellas de forma negativa. Creo que siempre respondieron a ellas como a provocaciones y querían sorprenderme más de lo que yo las sorprendía a ellas. En fin que se me desvistió delante no sin antes provocar que me atragantara con el advocat que me estaba bebiendo en un vasito muy chico y muy labrado. Me miró fijamente, eso es, me miró como respondiendo al reto que ella sabía que me iba a sorprender, chulo tu, chula yo. Se me desvistió de bragas y todo porque no llevaba sujetador. Las bragas no eran necesarias para probarse el vestido pero se las quitó igualmente para superar mi chulería. No sabía donde poner el vasito labrado con el Advocaat, me creía un dandi por aquel tiempo, pero las poses se me iban un poco de las manos. Ella se mordió el labio mientras se quitaba las bragas que una vez en su mano ocuparon sorprendentemente poco espacio como si las hubiera estrujado;  de las bragas en el suelo solo quedaba a la vista la parte de paño blanca, el reforzamiento. En ese instante, infinito también, me pareció que me venía una ráfaga de olor, pero por lo que viví luego ese olor que creí oler fue simple sugestión de mi deseo. Se probó el vestido que no le quedaba nada bien “espectacular, te queda espectacular. Ya puedes quitártelo otra vez” Recé para que no quisiera proseguir la cuestión con el vestido puesto, ya que nunca me ha gustado el sexo con ropa. El desnudo es mi campo. El desnudo femenino sin aderezos, ese es el caldo de cultivo de mi deseo, ahí encuentro un campo infinito para mi libido. Se quitó el vestido por la cabeza y quedó justo ante mis ojos lo que antes dije que tenía muy bonito y que provocó mi comentario poco acertado.
-Además, los coños no son bonitos
.Te equivocas...
Así, desnuda completamente, con esos senos abarcados casi completamente por un pezón de piel recia pero con el contraste de una piel suave alrededor, con una barriga acogedora y un vello de rizo pequeño y que se difuminaba con el color de la piel, me parecía tocar a Cleopatra.
Nos estuvimos besando largo rato y no sé como acabé en el escenario como sigue: yo también desnudo, ella en la cama “estaremos más cómodos”, yo arrodillado junto a ella, el vasito con Advocaat… ¿Dónde quedó el vasito con Advocaat?...
Y al primer contacto de mi mano supe que iba a desencadenarse algo inaudito, algo nunca visto por mí y que temía fuera a sobrepasarme. El deseo, que seguía existiendo, se mezcló con una extrema curiosidad. Me coloqué como para contemplar el acontecimiento que sobrevenía porque mi mano no se movía del mismo lugar donde se colocó no recuerdo en que punto del relato. Ella parecía temblar, se retorcía desnuda en el sofá y su rostro parecía de sufrimiento,
-¿Estás bien?
Por un segundo cambió un poco el rostro para contestarme “Tu qué crees” y retomó lo que ella estaba allí sufriendo, porque no se me ocurre decirlo de otra forma: estaba sufriendo placer. Llegados a un punto, se ve que no sabría que hacer con las manos o que me coloqué de forma adecuada, que ella cogió con naturalidad mi polla y se la colocó en la boca y como un engendro carnívoro, un monstruo de carne formamos ahí un todo a la vez acostado y de rodillas moviéndose al son que ella imponía.
Ella vibraba y entonces vino el desencadenamiento sucesivo, como en una reyerta, parecía estar poseída, con un cierto halo de violencia quizá, sujetándome con la mano inerte, por donde el engendro que formamos nos unía, de sus labios se sucedieron una dos , tres suspiros sucesivos, cuatro, ¿cinco? “¿Sigo?” me dije y seguí, seis, todos seguidos pero reconocibles siete, y seguía y no sé si fue por un calambre en mi mano o por curiosidad que paré, estaba confuso, sorprendido, anonadado ante el espectáculo:
-¿Eres multiorgásmica?
Y visiblemente molesta, sorprendentemente pronto, sin recuperación alguna, esta mujer infinita, fijando sus ojos negros en los míos me contestó “¿Tu qué crees?”.
Creyendo no ser ya el mismo, perplejo, me quedé pensando cuando ella ya se hubo dormido en la mujer y en el placer, es decir, en la cualidad de lo infinito


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