martes, 28 de enero de 2014

TRAPECISTA



Ilustración: Raquel Suero 
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Cada mañana se cuelga sus alas para trabajar y sus alas para soñar. Sueña et labora. A veinte metros sobre el suelo podría ser el título de un folletín romántico, pero, para ella, el trapecio no es figura geométrica sino lugar de trabajo. Y de sueños. Y de deseos. Cada día ensaya con su ángel de la guarda en las alturas: estiramientos, tensión, distensión, relajación, piernas al cielo, mano en la cintura, cadera en la cadera… Preparativos al salto mortal que pregonará, en funciones de mañana y tarde, la voz obesa de un presentador decimonónico. Ensayo tras ensayo, sueña con el triple mortal de las grandes funciones, pero no deja de suspirar con esas manos fuera de lugar, tocando más que rozando, disfrutando más que conteniendo.
Hoy es día de función doble y el rito y la regla se han repetido bajo el círculo de luz que los ha enmarcado en la oscuridad del espectáculo. En la primera función se ha repetido el milagro. Triple salto mortal, aunque nadie ha notado su sensación de vacío. Por la tarde ha decidido alterar las reglas. Adiós a la norma, bienvenido el sueño. Eso ha pensado mientras se ataba las estúpidas alas de plumas que la transforman en el escenario. Sueño que parecía una premonición cuando, entre gritos engolados de obesidad decimonónica, ha notado la avería del cañón de luz. No ha notado el círculo luminoso. Sí ha notado las manos en su cintura. Y en sus caderas. Y en su entrepierna. Y en su sexo. Su ángel parecía haber perdido las alas y haberse convertido en demonio con dedo acusador de sus profundidades. No han sido las piernas las únicas que han llegado al cielo. Triple ha sido el gemido. Al aparecer el foco de luz, el vacío ha inundado el centro. La emoción ya había dado su salto. Milagro que no haya sido mortal. A veinte metros, la nada. En el suelo, el todo. Algunos hablan de inconsciencia, pero, en la camilla,  promete atarse todos los días sus alas para soñar…

martes, 21 de enero de 2014

COMIDA por Assumpta



- No quiero que hagas nada, le digo.
No hace falta; que se relaje, que me deje hacer a mí. Desobedece besándome como solo él sabe. Su lengua se desplaza por mi boca inundándola de una saliva fresca que me sosiega, preparando mi paladar para lo mucho y bueno que me queda aún por saborear.
Mientras abro su camisa, el aroma que su cuerpo desprende enloquece mis sentidos... me puede. Le muerdo el cuello, empezando a notar la sal de esa piel que ya suda inquieta por lo que está por venir. Mi lengua sigue su camino, repaso sus pezones después de besar su pecho, cree que voy a seguir descendiendo pero me desvío del camino mientras nos vamos quitando la ropa. Me acerco hacia su axila, lo desconcierto pero me deja hacer. Beso, huelo, me voy lejos... Huele a tierra mojada, a bosque fresco, a torrente de agua... serán las feromonas o yo qué sé. Huele a hombre puro y duro.
Me acaricia la cara mirándome fijamente. Enfocada por sus grandes ojos tiemblo, muerdo la mano que me dará de comer y comienzo a chupar desde el pulgar hasta su meñique de manera un tanto ordinaria. Truco fácil para disimular que no puedo aguantarle la mirada. En sus dedos queda el rastro salobre, húmedo aún, de sus incursiones en mi sexo. Se muerde los labios al ver que lo paladeo con picardía. Le desabrocho ilusionada el pantalón como quien desenvuelve un regalo, mi regalo. Entonces él se deja hacer… para eso ha venido, es lo que espera, lo que desea, lo que le gusta.
Empiezo dando besos muy cortos, mientras con mi mano voy tomando posesión de tan deseado presente.  Me la refriego por la cara como un dulce látigo que más que dañar me trastorna. Ni él ni yo podemos aguantar más. Hundo la cabeza en su vientre, mi boca lo abarca todo mientras sus manos aprietan mi nuca. El poco espacio del que dispongo no impide que mi lengua se mueva y que apriete mis labios con un falso mordisco. Gime débilmente pero yo sé que le encanta.
Intenta contenerse, parar… no lo dejo. Yo sigo a lo mío. Me aparta el pelo de la cara para verme bien. Mi adorado hombre depende ahora de mi habilidad final. Siento los latidos acelerados de su corazón en mi garganta. La desconfiguración de su rostro y su sonrisa lo delatan, aunque yo ya saboreo la prueba concluyente de su gozo.

martes, 7 de enero de 2014

BARRY WHITE por María José Durán




A ella, Barry White le recordaba a su madre. Era absolutamente inevitable. Desde niña la escuchaba pasar la aspiradora un sábado por la mañana con los discos del ídolo negro de los 80 a todo volumen para acallar los alaridos del maldito aparato. Mientras ella, en su habitación, intentaba desgranar los misterios del orgasmo con la yema de sus dedos.
Huelga decir el desastre que vivió el resto de su vida cuando alguno de sus amantes intentó usar la banda sonora del amor por excelencia para bajarle las bragas. Las flores, los masajes con aceites perfumados, las cenas a la luz de las velas y demás mariconadas que se ven por esos lares fueron inútiles. Un solo acorde del Love's Theme, una sola nota de esa voz ronca y varonil en Oh me, Oh my, (I'm such a lucky boy) y su libido caía por los suelos, inventando excusas para desbrozarse de los tentáculos del pulpo de turno.

No es que fuera una estrecha, ni muchísimo menos. Marta se entregaba al sexo sin tapujos ni rendiciones pactadas a pesar de que aún seguía bregando por despejar la incógnita del clímax en la ecuación del sexo en pareja. Alguna vez le había pasado, no me malentendáis, pero aquellas ocasiones habían sido más una sorpresa que otra cosa. Y disfrutaba del sexo, ou yeah. Pero para ella abrirse de piernas era más bien un acto fútil de esparcimiento.

Como los hombres esas cosas no las entienden (y según creo las mujeres tampoco), Marta fingía sus orgasmos sin remordimiento ni pesar alguno. Secretamente esperaba que en alguna de aquellas farsas le sucediera de verdad, pero mientras tanto chillaba y pataleaba como una cerda en su San Martín y miraba divertida por el rabillo del ojo las reacciones de su oponente entre las sábanas.

Cualquier cosa de Eric Clapton o BB King, Black Dog de Led Zeppelin, The End de los Doors y el Dark Side of the Moon de Pink Floid conformaban el conjunto de sonatas que más disfrutaba a la hora de las uvas pasas. Ese organillo, ese arrastrado solo de guitarra o aquella nota envuelta en el dulzón humo de sus alientos la teletransportaban en un cerrar de ojos a la oscuridad de su dormitorio, a la soledad de diez dedos y una vagina, y al afán de que sí, esta vez sí, iba a llegar al orgasmo.

sábado, 4 de enero de 2014

MORFINA por Lourdes N.J.


         Has vuelto, he olido
         el olor de tu piel
         y me arrodillo
         ante ti, sumisa.
 

Busqué tu calor
entre sombras de árboles
que parecían grandes monstruos

te buscaba entre las montañas
y los bosques donde tantas
veces nos amamos,

me penetrabas como un animal
salvaje entra dentro de mis entrañas,
sabías que te necesitaba
que era tuya.

           Has vuelto para abrigar mi frío
           con el calor de tus palabras,
           pero mi cuerpo Morfina,
           sigue sediento, frío, desnudo