lunes, 23 de diciembre de 2013

SIEMPRE EL TREN por Caronte




Restaban segundos, apenas  un minuto, para que el tren pusiera en marcha su alta velocidad cuando logré subir al primer vagón que encontré abierto.  Mi corazón latía desbocado y la posibilidad de perder ese tren y su posterior conexión había provocado en mí una alteración poco usual.
Una vez instalada la maleta en su lugar pertinente, me adentré en el vagón que sin ser el que tenía asignado iba a ser mi refugio durante el viaje. En los primeros asientos viajaba un chico joven absorto en su tablet y con los auriculares puestos, en el final del vagón un señor de unos 50 años leía uno de esos periódicos salmón de economía por lo que opté por ocupar un asiento de la zona central.
Al cabo de unos 10 minutos y cuando el latir de mi corazón volvía a niveles razonables, se abrió la puerta del vagón dejando a la vista la silueta de una señora elegantemente vestida subida en unos tacones de vértigo que iba tirando de un pequeño trolley.
Caminó decidida, segura, marcando firme cada paso y haciendo del pasillo central la mejor de las pasarelas. Una vez llegó a mi altura observó el indicador del número del asiento y pregunté si era el suyo. Tras comprobar su billete, levantó su mirada y clavando sus ojos en los míos  respondió que no, que no lo era pero que si no me importaba que me sentara en el asiento  contiguo. Un por supuesto que no sirvió de contraseña para abrir las puertas del cielo.
Tomó asiento y el hasta entonces más que entretenido libro que tenía entre mis manos se convirtió en un conjunto de páginas en blanco, mi mente era incapaz de pensar en otra cosa que no fuera en las piernas de esa mujer que su ceñida falda negra presentaba sinuosas.
El primer contacto no se hizo esperar, su pie izquierdo acarició mi empeine derecho en varias ocasiones como preámbulo a que mi mano diestra comenzara a palpar sus muslos.
Mis dedos comenzaron a jugar por el interior de sus piernas cuando ella alzó su pelvis para facilitar que su estrecha falda pudiera ser remangada y así aumentar el margen de maniobra.
Cuando mis dedos fueron aproximándose suaves pero decididos a su ingle, clavó su tacón en mi pie a la vez que sus dientes se mordían sus frondosos y rojos labios.
Continuará …

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