Al
ver estos días pasados unos cuerpos desnudos y gratuitos al aire,
no salí de mi asombro máxime cuando algunos alababan lo bien que estaban
dichas señoras, fue contemplarlos y asaltarme en mi cabeza un flash que
me recordaba a mi dulce Carolina, e inevitablemente entrar en una
lujuriosa comparación porque para desnudo sagrado el suyo, entregado sólo al
mejor amante, sensualidad sagrada con la que golpea no excediéndose en su
cercanía nada más que lo justo como para volver loco a cualquier hombre,
desnudo sagrado con el que sabe hacer arder a
cualquiera, desnudo sagrado con el que posee lo que le
interesa, desnudo sagrado y terso como tela esparcida, desnudo sagrado
recompuesto sólo con una melena, desnudo sagrado que hace que yo inevitablemente
me desnude al recordarla, desnudo sagrado con el que detiene el
cielo que ella desee y sabe que está a sus pies. Ahora ya, podéis tener una
idea de lo que puede ser venerado y sagrado.
Letras turgentes para la noche. Lengua de punta para las ondas.Erotismo a flor de piel. Una invitación a los sentidos. La puerta está entreabierta...
domingo, 27 de octubre de 2013
sábado, 26 de octubre de 2013
LA TORTURADORA por Humberto G.
-...como mi novio, que
siempre me decía: “Te la voy a meter hasta el fondo”
Me lo dijo después de un
silencio en la conversación. O no sé cuando porque ya no recuerdo más que la
frase. Eso sí, me acuerdo de que me dijo semejante cosa sin venir a cuento. Yo
me quedé de piedra ante la espartana, sincera y clara aseveración con
intenciones de su novio. Y también me pregunté si no era frase prestada ya que
la joven no me parecía que lo hubiera tenido.
- Eres el demonio
Lo que sí tenía y eran muy
suyos eran unas aureolas minúsculas del tamaño de los de un hombre, que no
había visto yo unos iguales, pero de mujer en el color, rosa claro. El pezón:
como una alubia. No sé que día de los que salimos juntos empezó a dejarme ver
sus senos blancos adornados con su pequeña aureola rosa. Horas enteras que
duraban instantes, arrebatados ambos en ese abrazo y yo queriendo comunicarme
con sus senos en secreto, acercándole a ellos mis labios para que se enteraran
bien, en silencio sólo rotos por respiraciones, cambios de posturas y algo así
como sorbos mal dados. Horas de ensimismamiento, embriagadoras, dedicadas
plenamente al hedonismo, al placer de acariciar yo sus senos y ella mi cabeza. Supongo que ella me
acariciaba la cabeza por no quedarse quieta.
Del tiempo que pasamos
juntos a partir de aquel día indefinido tengo sólo el recuerdo de la libertad
que me daba de cintura para arriba y lo rápido que pasaba ese momento y por
supuesto, del último día que la vi. Ese último día en que no creí en su frase
la de su novio, por su voz pueril y por
cosas que me había dicho antes.
-Si te hubieras enrollado
con una de mis amigas ya habrías obtenido lo que quieres.
Lo que quiso fue
sorprenderme con aquella frase. Y lo hizo. Por su contundencia. Y esa última
noche, la de la frase contundente, se colocó encima mía. Sin la parte de arriba
pero con la de abajo: unos vaqueros elásticos. Y me besaba y decía: “Qué me
gustas” y lo del demonio. Poco a poco, como ella era pequeña y yo tenía los
brazos muy largos, empezando desde donde mis manos se colocaron azarosamente en
un primer momento: el talle, fui deslizando mi mano por entre el pantalón
vaquero, y fui adentrándome por la raja de las nalgas, más caliente cuanto más
lejos. Con los ojos cerrados, a ciegas, se imagina distinto lo que se toca. No
puedo explicarlo. Daba igual, casi mejor. Iba notando el calor fluyendo de
aquella gruta que sólo podía imaginar. Se me alargaba el brazo y ella se
encogía, de modo que sólo con la punta de lo dedos pude darme cuenta de que en esa zona más
caliente mis dedos se mojaban levemente en un charco que denotaba que no era yo
el único que estaba así. Ella besaba con más fuerza entonces y, como en un
potro del medievo, se alargaba mi cuello por su empuje y mis brazos por el mío,
en cada esfuerzo un poco más y ella se tensaba y alargaba contracorriente, y me
dolían los brazos... y conseguía llegar un poco más lejos, ya se mojaban mis
dedos con una abundancia que me esperanzó la entrega cuando...
-Ya está
Y se levantó de un salto como
una gimnasta. Nunca la vi tan guapa como cuando se colocó su camisa y esa
imagen quedó unida a la de ella en mi recuerdo junto con el sentimiento que me
embargó allí acostado, dolorido, frustrado, y melancólico, un sentimiento que
sólo puedo describir como de indeterminación.
Esos días que duró
aquello, que no puedo calificar, supusieron un dolor físico que tardó tiempo en
reponerse y además, un desgaste mental. Todo ello una tortura que me convirtió
a mi en otro hombre y a ella, en mi recuerdo, en una torturadora.
sábado, 19 de octubre de 2013
Pelvis Presley por H.L.
Nunca me había gustado la música de ese tipo. Siempre lo vi un hortera. Hasta que él llegó aquella tarde de verano. Se había peinado el tupé de una forma distinta. Se había vestido de una manera inusual. Parecía otro, pero era él. Me desnudó y se perdió entre mis muslos. Sus movimientos circulares me volvieron loca. Pero eso no fue lo mejor. Me cubrió con su cuerpo encendido. Hasta el fondo. Entonces empezó a girar. No entraba ni salía. Giraba suavemente. Círculos alrededor de mi centro femenino. Me apretaba hasta el límite. Y yo me dejaba hacer. Sonaba la música de aquel hortera, que ya no me lo parecía. Aquella pelvis masculina me llevó a la locura varias veces. Desde entonces ya no escucho a Pablo Alborán. Lo mío es el rock. Pelvis Presley...
viernes, 11 de octubre de 2013
sábado, 5 de octubre de 2013
LA DRAGONA por Humberto G.
Para cuando introdujo la yema de
mis dedos índice y medio en su boca, había pasado suficiente tiempo como para
que la savia caliente que emanara de ella misma como de un manantial, pasara de
confundirse inicialmente con un gel a volverse líquido; un líquido, tan leve,
que los dedos parecían secos casi al momento de sacarlos. Así que no había
tiempo que perder y el trayecto hasta la boca debía hacerse rápidamente. Ya
esperaban los labios entreabiertos, el jadeo traía el aliento de las
profundidades de la mujer. Casi podía verse la llamarada cautivadora saliendo
de su boca, como la de una dragona arrodillada que empieza a cerrar los
ojos.
Unos momentos antes, en sus manos
colocadas abiertas en los muslos había un algo de no saber que hacer con ellas
mientras le están haciendo; como si, acostumbradas a hacer por ellas mismas
(las manos) ahora, al dejar el trabajo en otra (mano) no supieran, ya digo,
donde colocarse.
La Dragona se convierte en
serpiente por un momento y se contonea arriba y abajo y el vientre se pliega y
se tensan sus brazos, los ojos medio cerrados se cierran del todo y de la boca
entreabierta sigue saliendo fuego o veneno, más abrasador, más visible, más
vital porque es vida lo que emana, es mujer en forma de aliento. En la
indecisión de si es la última llamarada, se olvida uno de dejar de agitar los
dedos y ella me ayuda abriendo los ojos, relajando al fin los músculos de su
vientre, irguiéndose, sentándose sobre sus talones y a la vez agarrando mi muñeca...
Espera
Llevándose la yema de mis dedos índice y medio a la nariz lentamente y
luego a los labios. Olfatea primero y luego lame con indiferencia, con
agradecimiento, mirándome fijamente. Así saborea el celo propio, de mujer, la
sabia del árbol, el veneno de la serpiente, la esencia de la dragona.
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