domingo, 22 de septiembre de 2013

TRÍO MORTAL



Su cuerpo yacía totalmente desnudo, en una integridad cuya calificación parecía responder a un eslogan publicitario de blandas revistas pornográficas para caballeros bienpensantes. Sus ojos se perdían en un infinito apenas consolado por el recuerdo del placer vivido. Infinita era su quietud, una eterna línea curva sobre las sábanas contritas marcada por la elegancia de sus caderas y la relajación de unos pechos que confesaban haber vivido unas durezas casi inconfesables. Arrugas de seda surgían de una mano aferrada a la vida que sobrevivía en el rojo de sus uñas o a la humedad que mantenía la otra mano sobre el calor descendente de su pubis. El rojo de sus labios se batía en retirada ante la frialdad triunfante. El marfil de sus dientes parecía expandirse por su rostro. El frío de la noche acompañaba la escena. Las sombras de la habitación hacían enmudecer el recuerdo de jadeos suplicantes y de secreciones incontrolables. Yacía su cuerpo desnudo y ya nada era igual. Se cerraban sus ojos y se cerraba su sexo, se dormían sus deseos y se dormía hasta el instante. Y ya nada era igual. Y ya no gemían gargantas, paredes, ni sábanas. Y ya no pedían más. Y ya no había alma en un cuerpo hecho para el placer. O sexo, o nada. Alma desnuda, ya sin sentido, desnuda a los pies de la cama desnuda de la desnuda habitación…
- Colega, vámonos de aquí. Va a ser verdad eso que dijo de que se moría de gusto…  

lunes, 16 de septiembre de 2013

LA TERAPIA por María José Durán




Ahora que las frías noches de soledad ya pasaron y el sol le devolvía la sonrisa, se dio cuenta de que había recuperado la imaginación, los recuerdos y, sobre todo: las ganas de correrse.
Las memorias que fueron de dos, y que ahora eran para ella sola ya no la transportaban a ese pozo de incertidumbres, qué será, qué seré. Y para confirmarlo no se le ocurría mejor idea que masturbarse sobre ellas. Aquella vez en el ascensor, la escalera de incendios o el glorioso día que fue sin bragas por la calle durante horas le hacían las veces de fantasía sexual ya cerrada.

Había probado terapias carísimas, procesionado por un sinfín de camas que no la habían satisfecho, incluso había practicado la abstención voluntaria y nada le había devuelto la capacidad de dejarse llevar por el placer al más alto nivel. Exhausta de sexo sin sexo y de fingir orgasmos se entregó de nuevo al viejo amigo porno. Probó, una por una, las nuevas recetas que ofrece hoy internet: Gangbangs, dos negras y un blanco, lesbianas, sadomasoquistas... Y ninguna de esas exhibiciones de sexo aeróbico pudo contener que sus impulsos sexuales fueran cada vez más efímeros (e incontrolables).

Después empezó el ir y venir de juguetes eróticos. Desde las inocentes bolas chinas que castañeteaban en su interior hasta un dildo doble de color turquesa que se le enganchó al ojo y en el que se dejó la paga de una semana. Y nada, no se corría.

Transcurrió un tiempo indeterminado, semanas, meses o años, pero ya no se acordaba cuál había sido su último orgasmo verdadero. Llegó un día en que se encontró con uno de aquellos deseos irrefrenables, fuera de casa y sin acceso a internet. Ni una rayita de wifi, ni siquiera una conexión cerca que piratear. Pero la idea de ocupar aquel rato con un poco de sexo cóncavo cobraba fuerza en su cerebro.

Lejos de todos los engranajes que tenían que acelerar el proceso calentura-orgasmo, se tumbó en aquel jubón y sin saber muy bien qué hacer, aún vestida, se dejó llevar. Le pareció un simple juego, este es mi monte clitoriano, por aquí anda el pezón izquierdo, y aquella vez en el ascensor y la escalera de incendios, y aquel morenazo del que no pudo disfrutar cuando su mente se hallaba en otros quehaceres.

No recordaba aquel juego tan divertido, y pensó que muchos podrían aprender de aquella maña si querían hacer que se corriese. Se imaginó al morenazo, ese que se le había escapado vivo, a menos de un metro de ella, observando atento cada uno de sus movimientos, jaleándola acaso, para repetirlos él mismo en cuanto tuviese oportunidad. Y aquel pensamiento derritió su tan traída y llevada libido e hizo explosionar el pozo que albergaba dentro de sí. Llegó al orgasmo con tanta felicidad como lo hubiera hecho antaño.

martes, 10 de septiembre de 2013

EPIFANÍA



El tatuaje de aquellas estrellas juguetonas en sus ingles hizo que se portaran como reyes todos lo que adoraron su sexo…

viernes, 6 de septiembre de 2013

LOS DÍAS PUTAS por Alejandro Lérida




Está lloviendo. Es lunes. Pero da gusto ver salir su pelo del zaguán —color rojo Ferrari—, y sus durísimas piernas o anacondas que no fingen ni disimulan que son dos obras de arte —como los obeliscos egipcios— de una pieza, de recias redes negras, igual que dos infiernos. Pero qué gusto da verla arreglarse la falda contra el mundo, o el hueco de su escote, ese regalo humilde, abandonado, que pintó entre sus tetas Gustav Klimt, y la debilidad de sus pestañas en un retrovisor: por un momento, parece que me mira… Está lloviendo. Es lunes. Pero da gusto ver cómo se aleja esa imagen borrosa de mujer bajo el agua, una mujer que, como Ulises, quiero llamarla Nadie.

martes, 3 de septiembre de 2013

EL APÉNDICE por Manuel Melado




Parte de mis propios genes
un apéndice brutal,
digamos descomunal
conocido como pene.

Tanto peso no conviene
a mi endeble anatomía,
tira de mi cada día
entre tumbos y vaivenes.

Mi cuerpo que lo sostiene
se encorrva cada vez mas,
y está a punto de estallar
el pernil que lo contiene.

Me dan como solución
para evitar tanto peso,
a este pedazo de ciezo
que le corte el cabezón.

Sin dudarlo me operé
fue el miembro decapitado,
me estiré y desencorvado
jubilosos suspiré.

Ya no doy ningún traspiés
pero estoy desconsolado,
mi mujer se ha separado
y se ha cagado en mis "mue".

Dice que la solución
pá salvar el matrimonio,
que solucione el incordio
injertando el cabezón.