domingo, 22 de julio de 2012

TARDE DE VERANO por M.


Mi momento del día son las tardes. Tardes de verano. Calurosas, insoportablemente calurosas. Suda cada poro de mi piel. Parecen derretirse hasta las curvas que amasó el alfarero. Se eriza hasta la última de mis impurezas. Y, en este patio,  todas las manos se dirigen hacia mí. Buscan calmar su sed. Unas son suaves, con tacto amable palpan, se colocan y sacan lo mejor de mi interior. Sin prisas. Otras son de torpes movimientos, algo bruscas, usan demasiado la fuerza sin saber que yo entrego lo mejor de mí a todo el que lo demande. Pero, puedo confesarlo, tengo debilidad por unas manos recias que se aferran a mis curvas como si se fueran a escapar. Así, de principio. Luego rozan con sus dedos la culminación de mis curvas para preparar el momento. Ese leve roce hace mirar al cielo todas mis curvas en una dureza que parece mantenerse eterna. Después me levantan con brusquedad, miran al cielo, cierran los ojos, me aprietan aún más fuerte, abren su boca, incluso lamen mi erizado cuerpo y beben de forma insaciable hasta el último líquido de mi interior. Confieso que el vacío se apodera de todo mi ser. Llego a sentir la oquedad de mi cuerpo. A veces, hasta se atreven a buscar con la punta de su lengua el último fluido y el último aroma recordado. No hay placer comparable. Vuelvo a mi lugar y espero pacientemente las manos que sepan  llenarme para volver a satisfacer tantos deseos. El verano es mi momento. No se entiende el caluroso patio sin un búcaro…  

viernes, 13 de julio de 2012

PÉREZ



Confieso que, al acostarme cada noche, mantengo dos costumbres que son una pura liturgia. La primera es desnudarme despacio, notando que  el ambiente besa mi piel desnuda, que mis pechos concentran su ser en la dureza suave de mis pezones y que mi sexo se adueña de la libertad que siempre anhela tener. La segunda es colocar bajo mi almohada un deseo secreto, ese placer inconfesable que sólo se susurra entre las sombras oscuras de la noche. Suelo colocar bajo esa almohada mis fantasías más secretas, mis perversiones más inconfesables, mis placeres más prohibidos: son los mejores…
Después de lo vivido en estas horas, no creo recordar cuál fue mi deseo de ayer. Se confunden realidades y deseos, detalles y lagunas propias del sueño más profundo. No sé cuando llegó. Mi desnudez disfrutaba de la blancura de las sábanas nadando entre limpias sedas. Entró sin llamar. Directo a cumplir su misión. Sin apenas prolegómenos. Su lengua recorrió cada pliegue de mis más profundo labios. La humedad de los superiores quedó ridiculizada por la torrencialidad de los inferiores. No me dejaba tregua. Quizás llegué a gemir. Quizás grité. Quizás le supliqué que se fuera. Quizás mentí. Cuando se colocó sobre mí, noté la dureza de un cuerpo que se prolongaba hasta mi interior. El placer debía ser esto. Una y otra vez. No se te ocurra parar. Eso debí susurrar, quizás lo dije, quizás lo grité a cada rincón de la oscura noche. Y no paró. Al menos, yo no me dí cuenta. En algún momento me sentí naufragar entre las humedades que se esparcían por las sábanas. Él ya no estaba. Quizás fue un sueño. Bajo la almohada no había rastro de mis deseos. Ya estaban cumplidos. Con una elegancia impropia de su vulgar apellido. En las sombras de la noche llamaba la atención el sutil contoneo de su rabo…

domingo, 8 de julio de 2012

Un beso fugaz e indefenso por JOSÉ PERONA



Un beso fugaz e indefenso
se refugia y tirita
en el sombrío ombligo
de la desesperanza.
Pero en la cama refulgente de la habitación,
encuentra abrigo sobre el pliegue de unos labios
sutiles y tibios como una hormada de pan
en la calidez e inocencia de su cuerpo.
Tendida sobre el lecho como un tapiz,
calma mis heridas seduciendo cada movimiento
dulce, ligero y rítmico,
excitando la furia de mi bálano
y mis sueños de chaval
ante lo carnal y lo prohibido.
Desnuda y templada sobre las sábanas,
arrojo el último tronco de leña al fuego
más allá de mis fuerzas,
pues esta será mi última noche.
Saco mi miembro enhiesto de la oscuridad,
dando luz al aposento, donde caigo
en la genuflexión de su templanza,
hermosura, hedonismo e inmortalidad
de su carne.

jueves, 5 de julio de 2012

A lo 'Panenka' por CLAUDIA PRÓCULA



Quería quitarme esa espinita que tenía contigo. Sería mi sorpresa para ti en este codiciado reencuentro.
- ‘Hummm ese culito tuyo me tiene loco, me muero por probarlo’, me decías entonces, inútilmente.
Me di la vuelta por complacerte, dispuesta a recibir la pena máxima con cierto grado de sacrificio lo reconozco, pero la sorprendida fui yo y gratamente…
Preparada para recibir la temida embestida, tiraste el penalti por el centro de la portería con una suavidad extrema, ‘una vaselina’ aunque aquí no hubo tal. No podía imaginar tanto placer por esa banda. Mi cuerpo respondió enfebrecido como una grada entusiasta por la que te paseaste triunfante con unos movimientos que ya han hecho leyenda en mí. Solo un grande podía hacer una hazaña como ésta, solo alguien como tú: ¡Campeón!