martes, 24 de mayo de 2011

LA CERAMISTA por Asun Jiménez


Tenía que volver a verla ya. No podía esperar la semana que me dio de plazo para pintar ese azulejo que le encargué.

Su taller de cerámica está situado dentro de una antigua casa del centro que anteriormente debió ser un antiguo convento o un cuartel quizás; es un pequeño local de altos techos abovedados y paredes descorchadas repletas de estanterías atiborradas con cacharros de cerámica y un sofá-cama de Ikea tapado con una especie de colcha “hippy”.

El día que fui a hacerle el encargo me deslumbró su cuerpo cubierto en una bata blanca de la seguridad social reciclada para el taller, le quedaba algo estrecha y no llevaba nada debajo, salvo la ropa interior, el botón situado a la altura de sus pechos parecía que iba a estallar y mi cabeza con él…. Era, y es, morena, sensual y morbosa, muy mujer…. Parafraseando al anuncio de la tienda de muebles sueca a la que aludía antes, se me iba la mirada de los pechos al sofá, del sofá a su boca y de su boca… otra vez al sofá….

Me atendió con bastante simpatía. Llegué a creer, y a imaginar, que le había gustado ya que me sonreía y miraba con descaro mientras yo titubeaba enseñándole la foto de un azulejo antiguo que se me había antojado para que me hiciera una reproducción. Era una de las estaciones del Vía Crucis concretamente la Octava: “Aquí se contempla el encuentro de Nuestro Redentor con las Piadosas Mujeres que lloraban por Él” Desde entonces no se me quita de la cabeza la imagen de esta mujer, sueño con un encuentro en el que ella sea piadosa conmigo, que me redima con el bálsamo de sus labios y que destrocemos ese sofá sueco con la lucha incansable de nuestros cuerpos…

Hoy me armé de valor, entré en el viejo portal. Me disponía a llamar al timbre pero opté por acercarme al patio contiguo y asomarme por la ventana, para ver, para verla…

Lo que contemplé desde la ventana me dejó vitrificado como una de las piezas cerámicas del taller. Estaba sentada con la bata algo desabrochada, mostrando un sujetador verde oscuro que casi me provocó una muerte súbita. Se había tomado una pausa en su trabajo y comía, pero de qué manera, un tajada de melón.

Era sorprendente comer melón en un taller de cerámica casi tanto como tener allí un sofá, pero ver comer a esa morena era todo un espectáculo. Cortaba con un cuchillo un trozo de la tajada que sostenía con la mano izquierda, se lo metía en la boca y cerraba los ojos…al darle el bocado se le mojaba los labios y algo del jugo de la fruta le resbalaba por su boca. No sé en qué estaba pensando pero parecía que disfrutaba…Mi cuerpo reaccionó ante tanta voluptuosidad. Ya no era solo de valor de lo que estaba armado.

Así no podría entrar pensé, ni siquiera llevaba una carpeta o algo para poder taparme. De pronto ella miró a la ventana y me descubrió. Sonrió, se limpió la boca y las manos con una servilleta de papel y fue abrir la puerta.

Parecía contenta de verme, aunque prometo que no más que yo.

- Pasa! …Qué sorpresaaaa!

Se sentó y siguió comiendo tranquila y provocadoramente lo que le quedaba de esa tajada de perdición, que diga de melón.

- Quieres un poco? me preguntó picarona, su mirada recorrió mi cuerpo y sonrió agradecida mi excitación.

- Nunca había visto a una mujer comer así, me excusé.

Cogió un trozo, se lo acercó a los labios y sin dejar de mirarme lo sostuvo entre sus dientes, se levantó y lo acercó a mi boca. Mis labios temblaban al notar el frescor de la fruta mezclado con el fuego que desprendía su aliento. Nunca probé nada tan exquisito. Miré sus pechos, ni siquiera se había abrochado la bata, es más, se empezó a quitar despacio los botones que le quedaban, puse las manos en su cintura, no podía creer lo que tenía delante de mí.

-¿Eres de verdad? Pregunté antes de meter la cabeza bajo su bata y besar los aledaños de su ombligo. Me llevó al sofá soñado, me senté en él y ella en mí….estaba en sus manos, en su cuerpo, solo tenía que obedecer sus deseos que eran los míos.

Comenzó a besarme mientras sus caderas me mataban. Se deshizo de mi camisa como si desgajara una naranja que iba a devorar, el resto de nuestras ropas no sé cómo se desprendieron, pero las vi volar por el taller. Me sentía como un hombrecillo de barro amasado por sus manos, esmaltado con sus besos, cocido con el calor que desprendía su vientre…

Cabalgó con movimientos lentos y acompasados, con una mirada fija que, a veces, por culpa del placer, parecía perderse. Se apartó de mí y dijo: ayúdame!

Entre los dos abrimos el sofá y para estirar la colcha que lo cubría se puso a cuatro patas y ….no pude evitarlo: la embestí por detrás. Su mano agarrada a la colcha, resistiéndose y entregada a la vez, se ha quedado en mi mente grabada a fuego como en un mural cerámico.

Ni que decir tiene que me faltaron estaciones del Vía Crucis para encargarle. Desde entonces, algunas tardes me paso por el viejo taller donde su bata y su sofá se siguen abriendo para mí y donde la mano de una piadosa mujer arruga una colcha mientras su cuerpo se me ofrece como la más exquisita de las frutas.

2 comentarios:

L.N.J. dijo...

Yo me crié en un convento pero creo que no pasaban cosas así. Al menos que yo sepa (o puede que peores). Preguntaré Asun, por si acaso.

Saludos.

Anónimo dijo...

muy muy lindo y los últimos versos me encantan. que bueno... enhorabuena asun.

josé perona.