sábado, 29 de enero de 2011

PÚBLICO Y NOTORIO por Javier A. L.

Unos meses de lujuria y varias semanas de lamento. Cómo me vi arrastrado al goce sin freno, ay, no es que sea arrepentimiento, pero sí vergüenza y bochorno de verte colgado en un portal de esta red que aporta luz y taquígrafos para tantos ágrafos. Ahora sí que puedo decir: que tus fantasías nunca se hagan realidades. Y no dejo de asumir mis responsabilidades, ni pretendo justificar mi comportamiento insensato, pero la sensualidad morbosa era tan potente, que toda prudencia quedó encerrada a la par que se abría la puerta del goce. Lo que empezó como un juego, devaneos sexuales en parking impúdico, en compañía de otros vehículos que se movían acompasadamente, mientras se empañaban los cristales, poco a poco se deslizó por una espiral en la que el peligro a la cogida, en toda la polisemia del término, in fraganti, más despertaba el deseo. Así, requerido con apremio, como si me hubiera saltado el plazo de la hipoteca, me vi arrastrado a los probadores en unos almacenes, donde probamos tallas y posturas; poco después en unos servicios públicos de un bar de cópulas, donde el deseo venció todo escrúpulo. Aunque no fue suficiente y sí, he de confesarlo, me sentí orgulloso y participé plenamente de aquella frenética actividad. Los escarceos en el cine eran como rutina de sábado en pareja tediosa y misional. Así, pronto se hizo necesario multiplicar el riesgo, someternos en las tradiciones y aprovecharnos entre la multitud. No distinguimos estaciones ni mayoría de edad con reparos; y fuimos partícipes de lúbricos roces en fiestas populares. Cómo no recordar la cabalgada del día de Reyes, rodeados de niños y padres, mientras el caramelo era buscado entre abrigos y gabardinas. La primavera alteró más aquella fiebre insensata, desatándonos en una pasión que aligeraba cascos y ropas. Tras la quieres más, disimulábamos viendo cofradías, guarecidos entre el follaje de la bulla, con silencios que ahogaban un gemido, saetas que se clavaban como verdades; aunque lo que más nos interesó fueron las entradas y salidas. La feria fue retomada con furia, y nuestros caminos nos llevaron siguiendo la brújula del desenfreno a la calle del infierno, en la que nos deslizamos por esas atracciones que nos hacían chocar imantados, poco fino y mucho rebujo, albero que levantaba los polvos, lodos tras ser regados. En mayo no hubo sayo que evitara que nos dedicáramos a nuestros juegos favoritos, sacando jugo del rito de sumergirnos en callejones oscuros. Llegó la víspera del Corpus, y también nos desinhibimos ante escaparates y balcones a la calle, mientras la cogía por el talle, manifestación de cuerpos que se comían casi sin liturgia. Aunque el verano puso algo de distancia, que éramos enemigos de lo obvio, el otoño trajo nuevos bríos, que llegaron a culminar en visita al cementerio, guarrecidos tras lápida, allá cuando se inició noviembre, susurros y gemidos que trasladaron el terror a algún visitante; voces de psicofonía y confusión de espíritus cuando éramos más carnales. Pero a todo llega el hastío, y lo que era sucesión de fiestas donde nos dimos nuestro festín, fue desembocando en hartazgo, cuyo final precipitó el ojo vigilante de una cámara indiscreta, que grabó algunas de nuestras manifiestas prácticas, cuando, una semana más tarde, correo inoportuno con enlace revelador, vi el reflejo de nuestros actos en un callejón reconocido, nalgas iluminada por la luna y pantalones enrollado en los tobillos, rostro velado pero reconocible. Lo peor no fue eso, sino detenerme en unos comentarios hirientes que ponían en duda mi presteza y palmito, orgullo enterrado donde se hacía público y notorio que, para revelarse sin pudor, hay que tener más poderío

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El coche se ve que es bueno...

Anónimo dijo...

En fin horroroso... foto con menos gusto no había