miércoles, 29 de septiembre de 2010

Servicios (mínimos o máximos) con arte...

Don Hipólito era hombre de intacta apariencia, notable reputación e impecable presencia. Profesor, catedrático de Historia del Arte, era fuente de conocimiento, modelo de conducta y espejo de virtudes. Señor de su casa, cobijo de su madre; nunca se le conocieron malas compañías femeninas aunque dicen (las malas lenguas, por supuesto), que las únicas faldas que levantó en su vida fueron las sayas de vírgenes de gloria que catalogó para su reputada tesina de licenciatura. Un varón, que no dandy, perfecto... en apariencia. Porque el lado oscuro existía en su irreprochable hoja de servicio...

Algo se vislumbraba en su cotidiana compra de la prensa: el diario de las tres letras envolvía a un nostálgico noticiario con nombre de monumento segoviano, que, a su vez, envolvía inconfesables revistas como el Sólomacho, Playmen o el Ososcarnestolendos. Con tan singular y variada información atravesaba el patio de la Facultad donde impartía docencia y entraba diariamente a los servicios masculinos (todo hay que decirlo) de la planta baja. El ritual era bien conocido. Parapetado tras la puerta del fondo donde había realizado algunos orificios (cuidadosamente tapados con papel higiénico), don Hipólito espiaba la bajada de cremalleras de los efímeros visitantes del urinario. Allí vio de todo: pequeños miembros, delgadas flautas, morcones velludos, trancas venosas, morcillas amojamadas y hasta butifarras depiladas y untables en aceite o manteca para la ocasión que lo requiriera. Nadie se percató nunca de su presencia, a pesar de los suspiros que algunas vez dejó escapar al aire mientras sus manos desahogaban sus más bajos instintos...Y eso que la excitación se mantenía en sus clases posteriores, especialmente cuando don Hipólito describía la desnudez del Apollo Bellvedere, los músculos del Hércules Farnesio o la languidez del Baco de Caravaggio...

Pero lo de aquel día fue diferente. En su posición habitual, con los impecables pantalones bajados y desde su observatorio habitual, vio la mayor ocasión que vieron los siglos. Giganta sevillana. Turris Fortísima. Columna Trajana. Badajo de la campana de Santa María. Falo, perdón, Faro de Alejandría... No sabía cuántas podían ser la imágenes que vinieron a su mente cuando, presa de la excitación, cayeron al suelo diversos ejemplares de prensa junto a un egregio catedrático semidesnudo que maldijo a toda la mitología clásica por no haber cerrado el pestillo. El poseedor de tan sorprendente objeto artístico quedó sorprendido al ver a tan reconocido docente agachado, con las nalgas al aire y con tan variadas lecturas desparramadas. Con ojos de deseo apuntó, colocó y encajó. Hasta dentro todo es rabo. Un encuentro que pasó a la historia de tan conocido patio por tres consecuencias: la matrícula de honor que aquel año sacó un desconocido alumno, el enésimo arreglo de los servicios que acometió el Rectorado y un nuevo, y desconcertante himno, que aprobó tan egregia facultad para sus actos protocolarios:

“El patio de mi casa es particular / cuando llueve se moja como los demás/ agáchate y vuélvete a agachar...”

domingo, 26 de septiembre de 2010

El ángel de los números

Vírgenes con escuadras

y compases, velando

las celestes pizarras.

Y el ángel de los números,

pensativo, volando

del 1 al 2, de 2

al 3, del 3 al 4

Tizas frías y esponjas

rayaban y borraban

la luz de los espacios.

Ni sol, ni luna, ni estrellas,

ni el repentino verde

del rayo y el relámpago,

ni el aire. Sólo nieblas….

Letanía de un tiempo pasado. El de aquel año en que no eras el niño que nunca fuiste, ni el adulto que nunca quisiste ser. Un curso que te valió una carrera. Una visión que doctoró tus pasiones. No olvidarás el primer día. Sobre la tarima de sus deseos se presentó ella. En la pizarra de tus hastíos tatuó sus deseos. Te dijo que era nueva. Nueva en instituto de viejos. Os contó que venía a enseñaros, a motivaros. No hizo falta más. La visión de una luna tatuada en las curvas de su cuerpo te elevó a los cielos de la madurez. Te hizo adulto en un día. Con la profundidad de su mirada. Con la complicidad de su sonrisa. Con la sensualidad de las curvas de su cuerpo. Un cuerpo que te acompañó cada una de las noches de aquel curso. Soñabas con las curvas de una mujer entre escuadras y cartabones. Geometría perfecta. Matemática de la lujuria. Cada mañana repetías el rito de escuchar atentamente su lección mientras seguías saboreando la piel desnuda que soñaste entre tinieblas. En la pizarra trazaba geometrías que tú trasladabas a su cuerpo. Su voz encadenaba series que tú convertías en deseos. Sus manos garabateaban círculos que tú cuadrabas en la perfección de sus formas. Nunca aprendiste tanto. Lecciones de día que se prorrogaban en tus clases nocturnas, esas lecciones particulares de cuerpos desnudos que se descubrían frente a frente. Fuiste alumno aventajado con la mejor de las profesoras. La que te enseñó la belleza de unos senos no ajustados a normas trigonométricas, la que te sumergió en unas curvas tangentes a tus manos, la que te introdujo en la perfección de sus labios, la que te sumergió en el misterio de su ardiente sexo…

Tu calificación final llegó al diez que siempre soñaste. El número perfecto que cerraba un año perfecto. En tu mente grabaste hasta la última de sus palabras. En tu piel tatuaste una imagen que pocos entendieron. Pensaste en números, pensaste en círculos, en escuadras, en cartabones… Pensaste en ángeles. Al final te decidiste por el toro. El toro enamorado de la luna. La luna de tus deseos. Nunca nadie te enseñó tanto…

jueves, 23 de septiembre de 2010

Fetichista

Les juro que no estoy loco. Los locos son ellos. Simplemente, me gusta coleccionar. Hay quien acumula sellos, estampas, medallas o soldaditos de plomo. Sobre gustos no hay nada escrito. Y yo colecciono ropa interior. Sólo la prenda inferior. Y sólo de las mujeres que conocí. Una colección que me llena de orgullo: es amplia, variada y está llena de recuerdos...

Creo tener ya todos lo tamaños: XL, grandes, medianas, livianas minúsculas y casi inexistentes. Variados son también los tejidos: tradicionales algodones, ajustadas lycras, sugerentes encajes y pasionales rasos. Quizás la variedad que más me guste sea la del color: en mi colección está el virginal blanco, el pasional rojo, el pícaro rosa, el sugerente verde, el discreto crema, el sensual negro y hasta el juvenil estampado. Las hay de CK y de diseño, del gran almacén y del viejo almacén, de tienda especializada y hasta alguna de chino de barrio. Máscaras que han protegido, enmascarado o sugerido una enorme variedad de rostros: pudorosos y lascivos, de perfección clásica y de abandono romántico; de montes poblados, recortados, depilados y hasta infantilmente rasurados; de labios cerrados, recatados, levemente mostrados y hasta abiertos en todo su esplendor. En mi alcoba se almacenan y hasta se agolpan con todos sus recuerdos formando una interminable letanía de nombres de mujer. Allí están calentones, decepciones, triunfos y fracasos. Todos junto en una colección única. De interioridades, de deseos, de orgasmos y de fingimientos... Algunos dicen que también de sonidos... Mis vecinos son los locos. Me denuncian por no poder dormir de noche. Una colección de jadeos se lo impide.

martes, 21 de septiembre de 2010

¿Y por qué no?


Hace ya tiempo. Quizás horas, quizás minutos, quizás segundos. Casi no te has dado cuenta. La noche te ha envuelto con su silencio oscuro. Los susurros se han convertido en el hilo musical de tu rincón en el mundo. La luz se ha escondido para dar paso a las sensaciones: las sentidas, las intuidas y las deseadas. Deseo en la noche. ¿Porqué no empezar? Ha llegado el momento, bien que lo sabes. Momento de desnudar uno a uno cada poro de tu piel. Momento de abrir al mundo cada rincón del placer, cada rincón de deseo: los confesables y los inconfesables… ¿Y por qué no? Sabes que me gustas así, desnuda frente al mundo y frente a mí, murmurando esas palabras que encienden todo el catálogo de mis deseos, todo el repertorio de mis fantasías. Ha llegado el momento de que tus labios trasmitan el goce más profundo, de que tu lengua humedezca cada rincón de mis sueños, de que tus palabras me lleven volando a la cumbre que sólo tú y yo conocemos. Despójate de todo. Perfúmate de silencios. Quédate vestida de deseo. Moja tus labios de eternidad placentera. Prepara tus palabras para gemirlas al viento. Olvídate de todo. El mundo nos pertenece. Tú y yo. Desnudos frente a frente ¿Y por qué no? Sobre la mesa o sobre el silencio. En el estudio o en el firmamento. Sabes que gritaríamos de placer pero, sólo por hoy, lo dejaremos en la levedad de un susurro. Susurro de placer. Confiésamelo al oído. Sabes que ha llegado el instante. Sabes que nace la orgía de los sentidos. Palabras al viento. Bien que lo sabes. Cuento los segundos. Tres, dos, uno… Rojo botón al aire. Llegó, por qué no, el momento…